Hoy, cuando veo cómo mucha gente homosexual empieza a tener de nuevo miedo, recuerdo el momento en el que una amiga me confesó que era lesbiana. Lo hizo después de una noche de fiesta en mi pueblo. La había invitado porque, como buena entreguina, sé que a todo aquél que aprecies tienes que traerlo a disfrutar de Les Cebolles Rellenes. Las calles se llenan de orgullo de pertenencia a un pueblo donde ni gays ni lesbianas lo han tenido fácil para salir del armario.
Hacía ya años que nos conocíamos, que vivíamos juntas en el Colegio Mayor y fue esa noche, en mi habitación de la infancia, donde ella consideró que debía contarme que le gustaban las mujeres. Me quedé perpleja, la verdad, y no por su condición sexual, si no porque hubiese esperado tanto a contármelo. Lo hizo porque “no sabía cómo ibas a reaccionar”.
Esa frase fue como un auténtico puñetazo a mi conciencia. ¿Cuál sería el motivo por el que ella, con la que tanto había compartido, no supiese que mi reacción sería de absoluto respeto? Puedo imaginarme que no sólo uno, si no muchos. Cuántos chistes, comentarios o conversaciones en las que mis opiniones vertieron tintes homófobos, sin quererlo, habríamos compartido. Y yo, no me di cuenta.
Ahora, con la perspectiva de lo vivido, miro atrás y pienso en la Bárbara de los noventa, la que salió de la cuenca minera para estudiar periodismo en Madrid. Aquella Bárbara no conocía a ninguna persona homosexual, o al menos, a ninguna que lo reconociese públicamente. Como tampoco conocía a ninguna persona que no se hubiese bautizado. Porque sí, ese es el mundo en el que me crie. Un ambiente de ir a misa, de familia tradicional y también de lucha obrera y solidaridad, de mucho sentido de comunidad. Pero la comunidad, entonces, era monocolor.
Lo que yo he cambiado desde aquellos años, lo que este país ha cambiado, no ha hecho más que ensanchar mis horizontes y los de España. Conocer gente diversa hace que una sea mejor persona, que entienda más el mundo y que conozca tantas realidades como se nombren. Porque lo que no se nombra no existe y por eso es necesario que todos digamos lo que somos, en libertad, sin cortapisas ni miedos.
Muchos ya tenemos nuestros derechos logrados desde antes de nacer, por el mero hecho de ser heterosexuales. Otros, los han ido consiguiendo en los últimos años, gracias a su lucha y la de quienes decidimos apoyarles en ese camino. Conseguir derechos cuesta, destruirlos es sencillo. Basta con ocultarlos de nuevo y dejarán de existir.