Yo confío, tú confías, él confía, ella confiaba,… Y ya está, confiaba. Tenía esperanza firme en el otro. Él mostraba seguridad cotidiana. Él actuaba con ánimo y aliento diario. Y todo iba bien. Hasta que se torció. Pero ella no tiene la culpa, ella no falló, ella, simplemente, se dejó llevar.
Porque ¿quién no confía? Todos confiamos. Nosotros confiamos, vosotros confiáis, ellos confían,… ¿No? ¿Estoy equivocada? Si no es así es que entonces no habéis encontrado a las personas adecuadas, ésas que con sólo mirarlas a los ojos ya te dan confianza. Y si además hay amor de por medio,…
¿Qué no? ¿Que me confundo? Claro, porque para confiar en los demás, lo primero que hay que hacer es confiar en una misma. Porque si no tenemos esperanza firme en nuestros actos, si no actuamos con seguridad, con ánimo, con aliento, si simplemente nos dejamos llevar,… Pues pasa lo que pasa, que somos los verdaderos culpables de lo que nos suceda.
Ésto no se enseña, ésto se aprende sólo. No es necesario ir a los mejores colegios y universidades, no. Basta con que desde que naces alguien confíe en ti, tus padres confíen en ti, te sientas arropada por la confianza de tu gente y tú confíes en ti y en tus posibilidades. Así nadie te arrastrará.
Otra cosa es que no necesites creer en ti porque tú no existes, eres una apariencia, una personalidad, un personaje de galería, y no tienes nada por lo que pelear porque tu cuento vital ya está escrito. Aunque a veces el destino es caprichoso y cambia el rumbo de las cosas.
Menos mal que yo voy trazando línea a línea mi propia historia. Confío en escribir muchos capítulos interesantes y un final feliz. Al menos durante 38 años más.