Babia

Dicen los historiadores, ésos que se molestan en explicarnos el pasado para que entendamos el presente, que en la Edad Media, los monarcas leoneses se alejaban de los problemas en esta comarca del norte de la provincia. Se iban allí a cazar y a reposar, vamos, a vivir la vida, ésa que no es que para ellos fuese demasiado incómoda. Su ausencia generaba preocupación entre los súbditos y la respuesta desde la corte siempre era la misma: “No os preocupéis, el rey está en Babia”.  De ahí viene la expresión “estar en Babia”, vamos, alejados de todo, abstraídos de la realidad, en un pequeño paraíso natural.

Como una reina me he sentido yo este fin de semana pateando por estos valles leoneses. Y no porque estuviese rodeada de grandes fastos, de grandes manjares,… ¡qué va! Me sirvieron una mochila, con bocata y agua, unas gafas de sol y unas  botas de montaña, para disfrutar del mayor lujo que tenemos en este planeta, la naturaleza y sus inmensos paisajes caprichosos. Disfruté del silencio, me alejé de la actualidad, ésa que se presenta muy, muy dura este otoño, me olvidé de la locura en la que estamos inmersos, de lo vertiginoso del día a día,… Se me paró el tiempo.

Y hoy, cuando tengo que poner de nuevo el cronómetro en marcha, cuando no hay más remedio que afrontar lo que viene, lo hago con las pilas cargadas de tranquilidad. Es la tranquilidad que da saber que, no muy lejos de nosotros, a nuestro lado aunque no lo veamos, están estos rincones en los que nos podemos esconder, donde podemos aislarnos, pararnos y ver con perspectiva la vida.

Porque de vez en cuando es necesario “estar en Babia”

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Barco

Podemos ver la vida como un río navegable, de ésos por los que uno se pasea en barco, a veces por remansos y a veces por torrentes. Podemos sentirnos parte de la tripulación de ese barco, o mejor dicho, debemos, aunque vayamos cambiando de embarcación según vamos pasando etapas.

A veces navegamos en lujosos cruceros, donde apenas notamos los vaivenes de las corrientes, pero en ocasiones nos toca ir en chalupas, donde su inestabilidad puede hacernos naufragar. Pero sea cual sea la nave siempre hay alguien al mando y de cómo ejerza ese mando depende la integridad de la tripulación.

Voy a hacer mía la reflexión de un buen amigo al que el destino y las decisiones personales le llevaron de un trasatlántico, donde no ocupaba uno de los camarotes más cómodos, a una pequeña chalupa que en estos tiempos atraviesa un torrente de incertidumbre. La inestabilidad de la nave ha despertado su ingenio y ha querido lanzar un S.O.S. despertando conciencias, que para seros sincera, creo que no se despertarán porque creo que no existen.

“Seguramente el nombre de Francesco Schettino no le dirá mucho a la mayoría de la gente. Tal vez, a unos pocos, sí les suene el nombre de «Costa Concordia». Pero lo que seguro que a todo el mundo de mar, de tierra o de aire le suena es la frase de “El capitán es el último en abandonar el barco”. El delito de abandono de la nave según el artículo 174 del Código penal militar, se describe como deshonroso o precipitadamente cobarde, con grave escándalo para el resto de la dotación y para la disciplina a bordo. En el día a día vemos como esa actitud “deshonrosa y cobarde” se lleva a cabo en diferentes ámbitos sin que nada ni nadie lo impida o, aún peor, permitiéndolo. El abandono del barco, de la casa, del puesto de trabajo o de los compañeros mismos es algo tan común que hace que la palabra deshonra únicamente cobre sentido en las antiguas películas ambientadas en el siglo XV, en las que dos caballeros se batían en duelo, a espada o pistola, para defenderla. Tal vez los que como yo, por nuestra edad, no hemos prestado el servicio militar obligatorio no hemos aprendido como otros “a base de ostias” lo que representa la figura de un jefe, mando o superior. Pero aún siendo así sabemos diferenciar lo que está bien hecho de lo que no.”

“El capitán es el último en abandonar el barco”.

Prisas

Hace ya tiempo que tengo asumido que no voy despacio por la vida. Tengo un argumento clave para andar con prisa todo el día, y es la falta de tiempo. Me levanto y tengo tantas cosas que hacer que me es imposible estirar las horas, por eso lo hago todo corriendo. Y cuando llega uno de esos días en el que no aguanto el ritmo, me paro y pienso. ¿A dónde voy?

Supongo que iría al mismo sitio si hiciera las cosas más despacio. Además incluso las disfrutaría, o simplemente, algunas que no son para disfrutar, las haría con conocimiento de causa. Porque cuando acabo una jornada y hago balance de todo lo que ha dado de sí, hay cosas que no me vienen a la mente, tal vez, porque las hice tan rápido que apenas las recuerdo.

Imagino que muchos nos hacemos esta reflexión a menudo, porque este mundo en el que vivimos está regido por esos ritmos locos y frenéticos que nos llevan a todos a cien por hora.

Hoy no ha sido un día loco, no, hoy ha sido un día de disfrutar la playa, el sol y a mis hijos. Sin prisas, sin relojes, sin tiempos acotados, sin obligaciones cronometradas. Un día de los que le gustan a mi hija. Después de lo que me dijo ayer por la noche se lo merecía.

Hace un par de días le regalé un disco que recomiendo a los que sois padres. Es de “Siempre Así” y se titula “Para padres novatos”. A Elena le encantó y en sólo una mañana ya se sabía todas las canciones. Pues ayer por la noche, mientras montábamos juntas un puzzle y lo escuchábamos empezó a sonar una canción. Me cogió del brazo y me dijo: “Mamá, escucha”. Os voy a transcribir el estribillo: “No corras que es peor, no corras que es peor, lo que hagas con tiempo te saldrá mucho mejor. No corras que es peor, no corras que es peor, de qué sirven las prisas, es lo que digo yo”.

Ahora todos os estaréis imaginando mi cara. Pues sí, un poema. Por puro trámite le pregunté que por qué quería que yo escuchase aquéllo y me soltó: “Porque tú siempre andas con prisas y corriendo”. Poco más tengo que añadir.

Porque no es la primera persona que me manda echar el freno, tendré que seguir el consejo.

Agosto

Es el mes en el que todo se para, el de vacaciones por antonomasia, el de mayor calor, el de las tormentas fugaces pero atronadoras, el de mis mejores recuerdos estivales de infancia,… Pero también es el mes en el que los días empiezan a ser más cortos, el que poco a poco nos va acercando al inicio del curso escolar, el de las despedidas de esos amigos que sólo ves una vez al año pero con los que compartes experiencias inolvidables, de ésas que unen toda una vida,… Y para mí, este año, es un mes de ausencias.

Mañana es el día de la Asunción, una jornada que año tras año reunía a mi familia paterna alrededor de una mesa para celebrar el santo de mi abuela. Este año no va a pasar, porque ella ya no está, porque en enero nos dejó, se agotó su vida, una vida, me atrevería a decir, plena y vital, muy vital. Yo la recordaré desde su casa, esa casa en la que disfruté los mejores meses de agosto de mi vida. Meses en los que no había preocupaciones, sólo diversión, en los que fui creciendo, poco a poco, y enriqueciéndome. Agostos que forman parte de mi imaginario vital para siempre con estampas que no me abandonarán nunca. ¡Cómo le gustaría volver a vernos a todos reunidos alrededor de una mesa!

Desde aquí mi recuerdo, mi cariño y mi gratitud para ella por tantos momentos inolvidables.

Medallas

A todos nos gusta colgárnoslas, diría más, nos encanta que alguien nos las cuelgue porque así sentimos nuestro esfuerzo reconocido. Son el premio al trabajo llevado a cabo con tesón y energía, son el broche de oro a nuestra labor. Aunque hay que apuntar que muchos se las cuelgan sin que sean merecidas.

No es el caso de nuestros deportistas, de los que han venido con medallas de oro, plata o bronce desde Londres. Las suyas tienen un mérito mundial porque para lograrlas se han enfrentado a centenares de iguales a ellos que las buscaban con el mismo ahínco y vigor. Son su premio, su reconocimiento, su tarjeta de presentación para seguir adelante en ese magnífico mundo del deporte, sea cual sea, en el que no siempre vence ni el más rápido, ni el más alto, ni el más fuerte. Ni siquiera el oro se lo lleva siempre el que más lo merece.

Desde aquí mi reconocimiento a todos: a los bronces, a las platas y a los oros, y que disfruten de sus medallas, que no son de España, son suyas, personales y de los equipos. Son el fruto de su trabajo, un trabajo que tienen que desempeñar en un país donde el apoyo al deporte de alta competición deja bastante que desear. Pero, pese a todo, muchos no abandonan y consiguen el éxito.

Ojalá este éxito nos contagie a todos su espíritu de lucha y no sólo ese rancio orgullo patrio.

Calor

“Sensación que se experimenta ante una elevación de temperatura”. Vamos, la que hoy siente España entera. Es agosto, verano, y tal vez no deba resultarnos tan extraño que haga calor. Más extraordinario sería ver nevar. Así que a disfrutar de un día de playa, de piscina, de río,… a remojarse se ha dicho, al menos todos los que estén de vacaciones o los que tengan un rato libre para hacerlo. Así, refrescándose, se lleva mejor. Además, por ahora, el agua del mar y el de los ríos es gratis, aprovechemos mientras dure.

Pero hay otro calor más interesante que el térmico, es el del entusiasmo. Ése hay que cuidarlo porque si lo perdemos se va la sal de la vida. Hay que afrontar cada segundo como si fuera el último, hay que poner en cada acción cotidiana las ganas necesarias para que no sean simples pasos en falso, hay que tener sangre en las venas y demostrarnos que somos capaces de todo lo que nos pongamos por delante. Si dejamos que ese calor se vaya de nuestro cuerpo, si el frío invierno se acopla en nuestros corazones y en nuestra mente, todo irá a peor.

Así que a templarnos, a mirar al horizonte con la frente bien alta y los termostatos subiendo. Sólo así podremos vencer el frío que intenta apoderarse de nuestras vidas congelando nuestras expectativas de que todo sea cada vez un poco mejor.

Yo al menos no lo quiero permitir.

El tiempo

Pasa lentamente o se escapa raudo y veloz. Para unos es eterno, para otros, fugaz. Todo depende de cómo lo disfrutemos, de cómo lo aprovechemos. La cuestión es que siempre tendemos a calificarlo de mucho o poco y ahí radica su gran relatividad.

Nueve segundos y sesenta y tres centésimas. Este lapso es el que separó a Usain Bolt de la salida a la meta en los 100 metros lisos. Una gran marca para la final “más rápida de la historia”. Aunque  para él esos poco más de nueve segundos puede que fueran eternos. Le separaban de la gloria olímpica, una gloria en forma de medalla de oro que ansiaba con tantas fuerzas que lo más probable es que le pareciera muy lejana. Parémonos a pensar lo que nos da tiempo a hacer en nueve segundos y sesenta y tres centésimas. Poca cosa o tal vez muchas. Ya lo dije, es relativo.

Siete minutos, siete, estuvieron los técnicos de la NASA temblando ante la posibilidad de un nuevo fracaso en Marte. Apuesto a que les duraron como siete días, o incluso siete meses, o tal vez, siete años. Pero cuando el “Curiosity” se posó en la superficie marciana y la misión culminó con éxito  esos siete minutos habían pasado volando, no habían supuesto ninguna espera terrible, habían sido los siete minutos que les habían dado la gloria, esta vez, la espacial. Otra vez la relatividad.

Un solo segundo, o quizás simplemente una milésima, es lo que tardó anoche Chavela Vargas en expirar. Morir siempre es rápido, o no. Los problemas de salud que la tuvieron postrada en una cama los últimos días de su vida puede que hayan sido una eternidad para ella y quienes la rodeaban. La cuestión es que se ha ido y no importa si su marcha ha sido rápida o lenta, porque nos sume a todos en el vacío que deja su ausencia. Algo que también es relativo. Gente como Chavela nunca se va.

Nos quedan sus canciones

http://www.youtube.com/watch?v=wuEO77NZnP4&feature=related

Silencio

Es maravilloso cuando el ruido molesta, cuando nuestros oídos necesitan descansar, cuando la cabeza nos dice que ya no quiere ni un sonido más. Entonces relaja, te devuelve la paz. Pero no siempre es tan positivo, a veces el silencio es atronador. Huimos de él para evitar la soledad, para abandonar el abismo en el que nos sume, el vértigo que nos produce. Buscamos entonces la palabra, escrita o hablada, da igual, la palabra del otro, del que nos hará compañía. 

Luego están otros silencios, los malintencionados, los que tienen un objetivo oscuro, los que buscan esconder algo. Magos de esos silencios abundan en la sociedad actual. Se callan para no tener que explicarse, se callan para que nadie les pregunte, se callan porque, tal vez, no saben cómo hablar. Pero la cuestión es que se callan y si no, de sus bocas sólo salen palabras vacías, huecas, triviales, frívolas, vacuas,… Palabras que no comprometen a nada porque nada dicen, palabras que sólo buscan el engaño.

No nos dejemos engañar

Un paso

Lo importante en esta vida es no quedarse quieto. Los tiempos en que vivimos son tan vertiginosos que si alguien se para seguro que alguna de las corrientes que van a toda velocidad le arrastran. Y si eso pasa, la dirección que tomará su vida no es la que él o ella decida, no, será engullido por una masa uniforme y pasará a ser parte de un todo impersonal, insensible, insípido, inservible, apagado, sin luz propia. Formará parte de esos ríos encauzados que han abandonado la alta montaña y discurren sin su bravura natural.

Por eso hay que moverse. Da igual la dirección. Es preferible que sea hacia adelante, porque así se avanza. Pero a veces también hay que ir a izquierda o derecha para ir salvando baches. Lo importante es caminar hacia donde uno quiere, hacia sus objetivos y los de todos aquéllos que los comparten con él. Así uno pasa a ser parte de un río cristalino, lleno de luces, que serpentea buscando el ancho mar. Un mar limpio, tranquilo, lleno de matices, de pequeñas identidades, sensible a todas ellas, con millones de sabores, luminoso y al servicio de cada gota de agua que lo compone.

Y si para llegar a ese mar hay que dar un paso atrás, no pasa nada. Ese paso es tan importante como todos los que nos han hecho avanzar. Es más, incluso puede que nos dé el impulso necesario  para que cuando volvamos a caminar hacia adelante lo hagamos con más brío, con más ganas, con más fuerza. Porque a veces es necesario remansar las aguas bravas, dejarlas reposar y que luego vuelvan a discurrir cristalinas con la fuerza de su nacimiento, con el empuje de siempre, con cada una de sus gotas agarradas a las de al lado en busca de su objetivo común: el océano enriquecido con cada grano de arena, con cada brizna de hierba, arrancados todos ellos por cada gota en el discurrir de su vida.

Expectativas

Ante todo lo que afrontamos en la vida vamos con expectativas, si no nos quedaríamos parados y dejaríamos que todo pasara por delante de nosotros como si nada, como si no nos incumbiera. Pero nos incumbe y de todo esperamos algo, bueno o malo.

Nos pasa en vacaciones, nos vamos con expectativas de disfrutar del tiempo libre, de desconectar de la rutina, de vivir en un mundo diferente, relajado, tranquilo… Y casi siempre se consigue porque el simple hecho de no tener que hacer cada día lo mismo anima a afrontar cada jornada con la esperanza de que suceda lo que preveíamos: una caña, el sol, la playa, la piscina, andar en bici, caminar sin prisa, sin destino …

Nos pasa cuando volvemos al trabajo. Regresamos con expectativas de que todo será más fácil porque recargamos las pilas o, tal vez, menos difícil, porque hemos aprendido a relativizar muchos de los problemas que antes de los días de asueto nos parecían verdaderos ochomiles.

¿Y las expectativas que nos despiertan las personas? Esas son diferentes porque no sólo dependen de nosotros, también del otro. Cuando nos acercamos a alguien para entablar una conversación o cuando sin acercarnos, las circunstancias de la vida nos hacen tratar con otras personas, siempre las hay que te despiertan buenas expectativas nada más conocerlas. Otras no te dan buena espina y directamente procurarás evitarles para ocasiones posteriores. Luego están las que simplemente por existir cumplen todas tus expectativas en la vida. A esas personas no las dejamos escapar porque sabemos que siempre estarán ahí, que son nuestros amigos para siempre y que les necesitaremos, en lo bueno y en lo malo, y no nos fallarán.

Dedicado a todos esos amigos y amigas que sé que están y que, pese a la distancia, saben que yo también estoy.