Si se aplica como calificativo a una cosa, dice el sabio diccionario que es “que se halla en su estado natural”, una naturaleza que “se ajusta a ciertas normas fijadas de antemano”. Pero me planteo otra pregunta para la que no hay manera de encontrar respuesta: ¿quién fija esas normas que son naturales?
La lógica, que nos permite discurrir con acierto sin el auxilio de la ciencia, nos lleva a decir que la naturaleza. Y pese a que hoy me ha dado por las definiciones exactas voy a saltarme la infinidad de ellas que esta última palabra encierra. Sólo la primera nos da una idea de su tendencia al infinito ya que es la “esencia y propiedad característica de cada ser”. ¿Cuántos seres conocéis?
Yo cada día más. Conozco seres buenos, seres tranquilos, seres cariñosos, entrañables, despistados, seres valientes, decididos, audaces, seres imaginativos, creativos, seres atentos,… y también conozco seres malos, seres irritantes, distantes, indiferentes, seres inquietos, seres cobardes, apáticos, temerosos, seres realistas, seres descuidados,… Lo dicho, infinidad de seres. Cada uno con su naturaleza, cada uno con sus normas, cada uno con su vida. Un mosaico tan variado que hace que nada pueda ser normal porque las esferas privadas revuelven de tal manera la coctelera de la esfera colectiva que, ésta, ya no tiene normas, no es coherente, no permite saber a qué atenerse.
Porque se me olvidó nombrar unos seres, ésos que para desgracia de muchos tienen poder para imponer sus normas destrozando las de los demás y obligando a las personas a replantearse su vida, a reconstruirse, a darse cuenta de que ya nada es como antes y lo que era normal se ha esfumado. Conozco seres que se olvidan de normas esenciales de la convivencia humana como el respeto, la consideración hacia el prójimo, la solidaridad. Sí, para mi desgracia, conozco seres despreciables.
Sin embargo tengo mis dudas de si la ausencia de normalidad es culpa exclusiva de ellos o tal vez es culpa de todos. Puede que hayamos instalado unos pilares que considerábamos normales y en el fondo eran efímeros. No nos dimos cuenta de cuándo empezaron a tambalearse y ahora ya es tarde. Ahora no hay ni un solo momento normal porque, en menos de una centésima de segundo salta algo por los aires.
Y así, lo que era extraordinario, ahora es normal, esa ausencia continua de tranquilidad.