Dos años

Setecientos treinta días, diecisiete mil quinientas veinte horas, un millón cincuenta y un mil doscientos minutos,… una eternidad o un suspiro. Es el tiempo que llevo en el puesto de trabajo que ocupo en la actualidad. Lo afronté como un reto profesional y sigue siéndolo, igual de importante. Continúo desempeñándolo con ilusión, responsabilidad y con las mismas ganas. Porque hubo días malos, horas negras, minutos nefastos, pero hubo muchos más días buenos, horas brillantes y minutos extraordinarios. Porque nunca pensé llegar aquí y no pienso desaprovechar la oportunidad que me da la vida. Porque creo en esta televisión por la que mi vida dio un giro hace, nada más y nada menos que, trece años. 

Creo en su esencia de servicio público, en su naturaleza de vertebrar el territorio, en que es una referencia informativa, en el reconocimiento que todos los asturianos hacen del trabajo de sus profesionales, de todos. De los que están, de los que estuvieron, de los que son y de los que fueron, de cada uno que ha aportado su pequeño granito de arena. Creo en su futuro, pese a que son malos tiempos para la lírica y la utopía. Creo en sus posibilidades, infinitas. Creo en el trabajo, en el esfuerzo, y en la capacidad de convencer a muchos para que crean. Los que ya están perdidos no volverán, allá ellos. Y sobre todo creo en mí, en mi honestidad, en mi sinceridad y en mis proyectos. Así que vamos a seguir sumando días, horas y minutos, ya sean malos, pésimos, buenos o excelentes. Lo importante es sumarlos y vivirlos. Lo contrario es estar muerta. 

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Equidistancia

La definición de la RAE es escueta: igual de distancia entre varios puntos u objetos. Podría quedarme ahí pero siempre me gustó la interpretación figurada de las palabras así que voy a ir más allá. Saliendo del ámbito matemático y yendo al político o filosófico una encuentra explicaciones a la equidistancia que la hacen alejarse de esa postura. Ser equidistante es no tomar partido, es quedarse quieto y ante el debate no opinar, no decantarse por una idea u otra. Yo, no puedo, y en estos momentos no quiero y creo que no debo.

Me gusta España, me gusta mi país, me gusta su sociedad y sobre todo, me gustan sus logros. Recuerdo el orgullo que sentí cuando se aprobó la Ley que regulaba el matrimonio homosexual y se equiparaba la situación de muchos de mis amigos con la mía. Tenían mis mismos derechos y yo era feliz, por ellos y por todos, por el futuro. Recuerdo mi satisfacción por la aprobación de la Ley de Memoria Histórica y las lágrimas de muchas personas que veían las puertas abiertas a recuperar a los suyos o simplemente, a recuperar sus vidas, sus relatos, su realidad tanto tiempo escondida por vergüenza. Recuerdo aquel 7 de octubre de 2004 cuando por unanimidad nuestros políticos, todos, votaron a favor de la Ley Integral contra la Violencia de Género. Aún escucho el aplauso cerrado de la Cámara que yo seguía por un pequeño monitor de mi ordenador. Aquel día todas y todos los españoles fuimos un poco más iguales y entraba en el imaginario colectivo la realidad de que nadie es superior a nadie ni nadie debe dominar a nadie. Aquel día demostramos al mundo que éramos capaces de ponernos de acuerdo y de avanzar hacia una sociedad más moderna, más civilizada, más constructiva. 

Estos recuerdos, entre otros, son los que no me permiten aceptar la equidistancia como una postura a mantener en estos días. Porque ha irrumpido en el espacio político una fuerza que quiere acabar, entre otras cosas, con estos derechos adquiridos que a mí me enorgullecen de ser española. Y lo quieren hacer porque beben del descontento social, de la crisis económica que ha empobrecido a los de abajo, de la falta de respuestas a miles de preguntas,… No debemos de darles agua, debemos apagar su fuego porque, de verdad, si no, yo creo que nos acabaremos quemando. Todos.