En esta hora de siesta veraniega, antes de que el cansancio pueda conmigo y me deje arrastrar por el sopor, me agarro a la necesidad de volver. Volver aquí, a balonperi, para volver a ser más yo. Y pese a mis ganas de dormir aprovecho las pocas fuerzas que me quedan, abro el diccionario y busco la definición de la palabra que me acecha. Y ¡oh sorpresa! Me pongo a bailar ese cierto baile licencioso del siglo XVIII que recoge la RAE en su quinta acepción.
Bailo en lo alto de una montaña de los Picos de Europa, donde tengo montada una tienda de campaña que me va a permitir ver esta noche un cielo limpio y estrellado, rodeada de silencio, después de una gran pateada. Bailo en una mesa de una terraza de Madrid, donde el calor es arrollador pero las cañas de cerveza bien fría refrescan la grata conversación que comparto con amigos, con muy buenos amigos. Bailo en el cine, con palomitas en la mano y concentrada en una película de ésas que sé que me van a hacer llorar pero que disfrutaré como nunca. Bailo en una piscina, braceando largo tras largo y agotando mi cuerpo hasta salir a tumbarme en la toalla, para secarme al sol. Bailo en la playa, construyendo castillos de arena y rodeándolos de cangrejos, estrellas de mar, ballenas, …con mis peques. Bailo en la redacción, excitada por una última hora que pone patas arriba la escaleta pero llena de adrenalina mi cuerpo y rodeada de profesionales que lo viven como yo. Bailo delante de un libro, de ésos que guardan entre sus letras aventuras y desventuras que te hacen desconectar del mundo real. Bailo en un restaurante elegante, con un buen pescado a la plancha y una copa de albariño bien fresquito. Bailo en el McDonalds, con un BigMac y una Coca Cola después de una tarde de compras. Bailo por bailar, porque es necesario, porque no quiero perder el compás. Por eso bailo escribiendo estas cuatro líneas que me hacen más yo, simplemente por haber vuelto aquí, a balonperi.
Porque lo dice la RAE, el sueño es un baile así que todos estos bailes son mis sueños.