Ni tanto, ni tan poco

En estos tiempos que corren hay una nueva tradición política muy de moda: hacer balances. Y digo, balances en plural, porque cada uno utiliza su medida de tiempo para fijar la fecha en la que hay que sacar la lista y contarle a los ciudadanos lo que tienen que tener en cuenta del último periodo de tiempo que uno ha decidido inventarse. Ya no se espera al mes de diciembre para hacer balance del año, ni siquiera se espera al día 30 para hacer balance del mes y si uno quiere balance semanal, pues un viernes no viene mal, cuando todos sabemos que la semana tiene siete días y acaba en domingo.

Ya no hay medida de tiempo estandarizada, cada uno cierra el periodo cuando quiere y ¡balance al canto! Si encima te toca un día en el que sabes que va a salir un dato interesante que te va a traer un pequeño respiro, mejor, porque ya tienes un punto positivo que sumar a tu inventario de logros, porque para eso sales, para hablar de logros, que ya se encargarán otros de salir a enumerar tus fracasos. Y esto es lo que hemos vivido hoy, una jornada de balances.

Para uno, los últimos seis meses han sido fetén. Ha activado todos sus compromisos y ya ha cumplido el 33% de ellos. Además se ha colgado una medalla de oro, que oye, para eso estamos en semanas de Juegos Olímpicos. Oro en vacunación, ha dicho, y razón no le falta, que ésto no va nada mal en nuestro país. También es muy importante para él ser quien más reuniones, como la que se celebrará mañana en Salamanca, ha convocado.

Para el otro las medallas han sido más, podium completo. Hemos logrado, oro, plata y bronce, pero en destrucción de la economía, mortalidad por COVID y desempleo.

Como ya sabemos, después de los balances vienen los análisis de los mismos y así andamos, con el pim-pam-pum entre los de uno y los de otro. Y mientras, el mundo sigue girando, ajeno a estos listados de logros y fracasos. Porque a la gran mayoría todo esto no les importa, bastante tienen con cerrar su jornada y seguir adelante.

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Con trazo firme

Eran muchos años de creación, muchas paletas de colores las que utilizó para su obra final y, realmente, estaba satisfecha. Algo extraño porque no acostumbraba a afirmar con tal rotundidad su satisfacción, al contrario, siempre había sido una inconformista. Nunca nada de lo que había hecho o dicho le parecía que estaba del todo bien, más lo contrario, siempre tenía la sensación de haber metido la pata, de no haber estado a la altura.

Pero ahora miraba el cuadro y sí, le gustaba. Tenía los trazos precisos, los que marcaban el carácter adecuado, la empatía suficiente, el brillo del talento, la serenidad de los años. Decidió colgarlo a los pies de su cama. Era lo primero que se encontraba al arrancar cada jornada y lo último a lo que miraba cuando finalizaba el día. Verlo le producía una pequeña sonrisa y nadie mejor que ella conocía la fuerza que el buen humor otorgaba a la entrega cotidiana.

Eran muchos años sin conseguirlo, arrastrándose por la vida con un humor de perros, buscando un minuto de tranquilidad en un ajetreo continuo de decisiones propias y ajenas. Tocaba darse una tregua, mirar su obra y disfrutar. Y aquel cuadro lo conseguía porque era el vivo reflejo de una joven dispuesta a todo, a comerse un mundo con bocados infinitos por saborear, una mujer con paso firme y muchos sueños por cumplir.

El viejo retrato desdibujado ya estaba en el desván. Tocaba lucir su verdadera obra maestra. Y el día de llevarlo a exposición pública estaba muy cerca.