La chispa

Es la chispa de la vida, la sensación de vivir, desde 1886 repartiendo felicidad, la de la vida sabe bien, la del relájate y disfruta. La que en 2009 emocionaba al mundo con su encuentro entre un anciano y un bebé al que le decía: “Estás aquí para ser feliz”. La que en 2011 anunciaba que hay razones para creer en un mundo mejor. Ésa que para abrir 2014 se dedicó a personalizar sus botes de refresco con los nombres de todos nosotros, para camelarnos, para acercarse a su público, para que veamos que nos tienen en cuenta. Ésa gran compañía americana que consiguió incluso que el traje de Santa Claus, más conocido por estas tierras como Papá Nöel, abandonase su verde por el rojo y blanco, icono de su marca. Es la que lleva trayendo su fórmula secreta desde 1961 a la fábrica de Colloto para que allí los trabajadores la mezclen con agua y gas. Es la que ahora dice que lo siente. Que con 60 millones netos de beneficios de enero a noviembre en 2013 no tiene suficiente en España, que tiene que despedir a 700 trabajadores y cerrar, por lo menos, cuatro factorías. Entre ellas la asturiana. Lo dicho, relájate y disfruta, que Coca-Cola es así.

Y por lo visto esta vida también es así, simplemente, vergonzosa.

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Un regalo

Nunca he trabajado contigo, nunca, en el ámbito profesional, porque en el personal y en el familiar lo hacemos a diario codo con codo. Con risas, con riñas y con muchos más silencios de los que yo deseara. Pero bueno, no se nos da mal salir adelante.
Nunca he trabajado contigo en el ámbito profesional pero sí he vivido a tu lado cada una de tus aventuras laborales, que han sido muchas y muy diversas, gracias a que el panorama de este país es como es y brinda las oportunidades que brinda. Allá donde tuviste que desempeñar tu tarea siempre, siempre, has hecho amigos, y de los buenos, de ésos que luego siempre están ahí, de ésos que luego descuelgas el teléfono y siempre tienen una palabra de ánimo y de cariño. Amigos que se convirtieron en mis amigos.
No actuamos de la misma manera. No lo hacemos. Yo soy mucho más impulsiva y cualquiera que nos conozca lo sabe y lo afirmará categóricamente. Cuando me cabreo ante cualquier injusticia no sé callarme porque si no reviento. Tú no. Rumias tus enfados internamente. Como has hecho cada vez que la renovación de tus contratos no eran como querías, no cumplían con las expectativas que creías que estabas construyendo con tu dedicación diaria. Y no, ni cumplían ni eran justas. Pero daba igual. Tú volvías a currar con las mismas ganas, con la misma profesionalidad que siempre lo has hecho. Y mientras yo te azuzaba y te decía que les plantaras cara, que tenían que reconocerte lo que hacías, tú callabas y tirabas para adelante. Bien es cierto que después de alguna charla de despacho más diplomática de lo que se merecía tu interlocutor. Lo hacías con ganas, construyendo grupo, fomentando el compañerismo y, como ya dije, haciendo amigos. Y aprendiendo, siempre aprendiendo y diversificando tus funciones hasta donde hiciese falta.
Todos los empleos que has tenido los tuviste por ti, sólo por ti, porque echaste currículums y te llamaron y porque paso a paso fuiste haciendo de la experiencia un grado. Un grado nunca reconocido porque nunca estuviste donde debías, siempre al lado, en el camino paralelo al oficial.
Nadie se atreverá a decírtelo públicamente estos días, porque estamos en este puñetero mundo en el que cada uno se conforma con que no le toque a él. Espero que algunos de los que te han acompañado en estos últimos siete años te lo digan en privado. Yo lo hago desde aquí. No te mereces ésto, así no. Y no se lo permitas, de verdad, no lo hagas. Porque vales mucho más de lo que ellos se están empeñando en dejar caer. Porque no te mereces ir por la puerta de atrás, porque has contribuido como el que más a construir algo que todavía no despega pero que algunos enarbolan como el futuro de la empresa que te ha tenido asociado estos últimos años. No te lo mereces y por eso yo quiero hacerte este regalo público. Sé que no te gustará demasiado pero me lo pide el cuerpo porque ya sabes…

Yo, cuando me encuentro ante una injusticia, no me sé callar.

Carta

Queridos Reyes Magos. Este año voy a ponéroslo difícil. Mi primer deseo es que cuando mañana me despierte todo lo que me rodea sea igual a lo que me rodeaba el día uno de enero. Sencillo ¿verdad? Pues vais a tener que aplicaros mucho, porque va a ser imposible. Así que empezaré a ser menos exigente.

Os voy a pedir sonrisas, muchas, infinitas. Sonrisas que decoren las caras de los que me rodean. Sonrisas que pongan luz en los rostros. Sonrisas que en ocasiones se conviertan en carcajadas y toquen sinfonías de alegría. Sonrisas que tapen las caras tristes, serias, preocupadas. Sonrisas que impulsen los ánimos de quienes se sienten con poca fuerza. Sonrisas que seamos capaces de poner incluso ante nuestros peores enemigos. Sonrisas para que ellos se den cuenta de que no podrán con nosotros.

Os voy a pedir lágrimas. Lágrimas que permitan el desahogo. Lágrimas que deshagan la angustia, ésa que muchas veces aprieta en el pecho y no deja ni que salgan las palabras. Lágrimas que consigan que el de al lado nos de un abrazo y nos reconforte. Lágrimas que pongan notas a melodías que tranquilizan la furia interna. Lágrimas que demuestren que tenemos corazón, que sentimos, que nos duele. Lágrimas que despierten la conciencia de esos enemigos a los que somos capaces de poner cara sonriente.

Nada más. La lista es corta. Sonrisas y lágrimas. Si somos capaces de reír y de llorar es que sentimos y estamos vivos. Y lo mejor, demostramos que somos capaces de todo porque nos centramos en lo importante. Nos centramos en nuestros sentimientos. Ésos que remueven la fuerza interna que nos permite seguir adelante.

Números

Cuenta mi cuñado que cuando su hijo nació en el Hospital Monte Naranco de Oviedo y se lo enseñaron, tenía un número pintado en la espalda, a modo de dorsal. Ahora mismo no me acuerdo de cuál es, se lo preguntaré, porque a él seguro que no se le ha olvidado. Para el personal sanitario mi sobrino era un número, para nosotros, desde su primer día de vida, es Alejandro Lara González. Ya tiene doce años y, por qué me lo voy a callar, es un niño cariñoso, un poco vergonzoso, pero un encanto.
Nos asignan un número desde que nacemos, ya veis. No en vano, cuando nos identificamos en esta sociedad, cuando sacamos eso que en España se llama DNI, todos pasamos a ser otro número. Diferente, más largo, con más empaque, pero un número. Conozco dos, el 34296788 y el 34296789, que aunque son correlativos están separados por cuatro años de vida. Son los dos más importantes para mí: Andrés Lara Alonso y Elena Lara Alonso. Casualidades, el más pequeño tuvo el DNI minutos antes que su hermana, de ahí que sea el primero.
Podría citar muchos números que han marcado mi vida. En clase, en las listas de EGB, siempre fui el número 1. Y no porque fuese una empollona. No, simplemente fui el número 1 porque mi apellido, Alonso, me otorgaba ese puesto. El 11 marcó mi corta pero satisfactoria carrera balonmanística. Ése fue el número que me tocó por casualidad en la primera camiseta que vestí en un partido, cuando apenas tenía nueve años, y le cogí cariño. Así que hasta cuando jugué en el Colegio Mayor y en la Universidad, unos cuantos años después, pedí que mi dorsal no cambiase. El 112 era mi número de lavandería en el Teresa de Jesús de la Complutense. Creo que si rebusco en los cajones podría encontrar algún calcetín con ese número bordado, con todo el cariño del mundo, por mi güelita Aurora.
Éstos son números que marcan, que te traen recuerdos, a los que tienes cariño. Luego están los efímeros, ésos que te asignan en la cola de la carnicería, en hacienda cuando vas a hacer la declaración, en la del notario cuando vas a firmar una hipoteca,… Números y más números. Corremos el riesgo de convertirnos sólo en eso, en cifras, pero no podemos permitirlo.
107.570. Este número apareció ayer por la tarde, así, por sorpresa, cuando no le correspondía, en los medios de comunicación. Son 107.570 personas, son 107.570 desempleados menos, según las estadísticas. Todos y cada uno tienen un nombre y un apellido. Pero hay otro, 4.701.338. Son cuatro millones setencientas un mil trescientas treinta y ocho personas, son 4.701.338 parados, también según las estadísticas. Todos y cada uno tienen también un nombre y un apellido, una historia vital.

Porque, por mucho que se empeñen algunos, ante todo somos personas, no números, no lo olvidemos nunca.