Cuenta mi cuñado que cuando su hijo nació en el Hospital Monte Naranco de Oviedo y se lo enseñaron, tenía un número pintado en la espalda, a modo de dorsal. Ahora mismo no me acuerdo de cuál es, se lo preguntaré, porque a él seguro que no se le ha olvidado. Para el personal sanitario mi sobrino era un número, para nosotros, desde su primer día de vida, es Alejandro Lara González. Ya tiene doce años y, por qué me lo voy a callar, es un niño cariñoso, un poco vergonzoso, pero un encanto.
Nos asignan un número desde que nacemos, ya veis. No en vano, cuando nos identificamos en esta sociedad, cuando sacamos eso que en España se llama DNI, todos pasamos a ser otro número. Diferente, más largo, con más empaque, pero un número. Conozco dos, el 34296788 y el 34296789, que aunque son correlativos están separados por cuatro años de vida. Son los dos más importantes para mí: Andrés Lara Alonso y Elena Lara Alonso. Casualidades, el más pequeño tuvo el DNI minutos antes que su hermana, de ahí que sea el primero.
Podría citar muchos números que han marcado mi vida. En clase, en las listas de EGB, siempre fui el número 1. Y no porque fuese una empollona. No, simplemente fui el número 1 porque mi apellido, Alonso, me otorgaba ese puesto. El 11 marcó mi corta pero satisfactoria carrera balonmanística. Ése fue el número que me tocó por casualidad en la primera camiseta que vestí en un partido, cuando apenas tenía nueve años, y le cogí cariño. Así que hasta cuando jugué en el Colegio Mayor y en la Universidad, unos cuantos años después, pedí que mi dorsal no cambiase. El 112 era mi número de lavandería en el Teresa de Jesús de la Complutense. Creo que si rebusco en los cajones podría encontrar algún calcetín con ese número bordado, con todo el cariño del mundo, por mi güelita Aurora.
Éstos son números que marcan, que te traen recuerdos, a los que tienes cariño. Luego están los efímeros, ésos que te asignan en la cola de la carnicería, en hacienda cuando vas a hacer la declaración, en la del notario cuando vas a firmar una hipoteca,… Números y más números. Corremos el riesgo de convertirnos sólo en eso, en cifras, pero no podemos permitirlo.
107.570. Este número apareció ayer por la tarde, así, por sorpresa, cuando no le correspondía, en los medios de comunicación. Son 107.570 personas, son 107.570 desempleados menos, según las estadísticas. Todos y cada uno tienen un nombre y un apellido. Pero hay otro, 4.701.338. Son cuatro millones setencientas un mil trescientas treinta y ocho personas, son 4.701.338 parados, también según las estadísticas. Todos y cada uno tienen también un nombre y un apellido, una historia vital.
Porque, por mucho que se empeñen algunos, ante todo somos personas, no números, no lo olvidemos nunca.