Yo no leí nunca a Freud pero seguro que él tiene una explicación para mi sueño de esta noche, aunque yo voy a contaros cuál es la mía. Nostalgia.
Todo olía a picatostes, o torrijas, si preferís ese nombre. Y también olía a “matajudíos” o limonada, que es más común y “políticamente correcto” llamarlo así. Yo bajaba por la escalera y salía a la huerta. Hacía frío, un frío seco, nada húmedo. No había roses, ni tomates, ni pimientos… todo parecía un poco desierto, pero en realidad yo sabía que mi güela había plantado las semillas que esperaban dentro de la tierra a que llegase la primavera para florecer. El nogal lucía con pocas hojas y el cielo tenía ese gris plomizo que aventura una jornada fría. Una más, como todas las Semanas Santas leonesas, que eran las mías.
San Pedro estaba en silencio. Era temprano. En el hostal mis primas, más dormilonas que yo, siempre, remoloneaban hasta que sonasen las campanas y el murmullo de la gente del pueblo yendo a misa. Sólo entonces se les despegaban las sábanas y bajaban a desayunar. No había prisa, ninguna. Por delante teníamos una jornada larga en la que seguro que venían a buscarnos Ángel y Dani para ir a tomar algo a Hospital de Órbigo. Por la tarde tocaría procesión en Astorga. Iríamos todos, en dos coches, como siempre. Pero antes comeríamos garbanzos con bacalao, que era viernes de dolores y con compango no se podían comer ni cocinar.
Y quien cocinaba estaba allí, frente a la cocina de carbón, apoyada en la barra. En silencio, con una taza de café sujetada por sus dos manos. Mirando a la puerta a ver quién iba entrando y desfilando. Uno a uno, después de pasar por la huerta y hacer cola en el baño. Yo me acerqué a ella, le di los buenos días y un beso. Ella sonrió y entonces yo me desperté. Tal vez porque el gesto de mi beso era lo que menos cuadraba en la escena, no era lo habitual. Sin embargo, daría lo que fuera por poder hacerlo en este viernes santo.
Pero hoy toca espicha, nubes y humedad y nada de procesiones. Porque hoy, años más tarde, estoy en Asturias y no en León. Un abrazo a todos los que compartisteis conmigo el sueño y tantas semanas santas cazurras (léase cazurro con todo el cariño del mundo, lo sabéis).